viernes, 4 de septiembre de 2009

Introducción

Desde sus inicios (...) el cine ha atraído al gran público sin la necesidad de una guía. No hay duda: cualquier persona puede ser cautivada por el cine. Y es en su accesibilidad donde radica su popularidad. Este texto, por lo tanto, no pretende llamar la atención sobre las cualidades cinematográficas, sino documentar el interés del lector e iniciarlo en una visión más informada del cine. (...)

La existencia del cine se debe, en esencia, a una cualidad -o defecto, si se quiere- del ojo, la persistencia retiniana; según lo explica Román Gubern,

la ilusión del movimiento del cine se basa, en efecto, en la inercia de la visión, que hace que las imágenes proyectadas durante una fracción de segundo en la pantalla no se borren instantáneamente de la retina. De este modo una rápida sucesión de fotos inmóviles, proyectadas discontinuamente, son percibidas por el espectador como un movimiento continuo.

Este es el principio físico y mecánico del cine. En un segundo, 24 cuadros pasan por la luz de un proyector y se reflejan en una pantalla, proyección que nuestro ojo percibe como un segundo de movimiento, o incluso como una ilusión de otra vida casi palpable (es bien sabido que en las primeras proyecciones de los hermanos Lumière, algunos espectadores temieron que el tren que veían en la pantalla se les viniera encima). Pero el cine demostró ser algo mucho más complejo que eso que en un principio sólo parecía una curiosidad, una atracción de feria; el propio Louis Lumière evidenció su escasa visión al profetizar que "el cine era un invento sin ningún futuro".

No obstante, en un tiempo relativamente corto, el cine llegó a ser un arte legítimo y, con su propio código de convenciones, apareció como el heredero de otras disciplinas artísticas. En principio, el cine es un arte pictórico que desciende en línea directa de la pintura y la fotografía; de dicha genealogía deriva prácticamente toda su estética visual: su
sentido de la composición, de la iluminación, de los colores y de las texturas (desde luego, la influencia de la arquitectura y la escultura, sin ser desdeñable, no ha sido tan determinante). Por otro lado, si bien ha podido prescindir de la palabra, aunque nunca de la imagen, es también un arte narrativo, ya que desde sus inicios se ha mostrado como el medio ideal para contar historias. En ese sentido ha sido heredero de la literatura, en especial de la novela, con quien mantiene nexos muy extrechos; así, uno y otra pueden contar historias largas, con lujo de detalles, con saltos de tiempo y desde la perspectiva de un narrador. Las diferencias son obvias, pues en tanto que el cine es narración pictórica, la novela es narración lingüística.

A primera vista, parecería que el cine guarda un parentesco cercano con el teatro, pero es más bien como su primo, ya que posee la ventaja de la fuerza expresiva del arte pictórico y mucha más capacidad narrativa, mientras que el teatro está limitado por sus convenciones de representación (tiempo y espacio son reales), por la visión conjunta que ofrece al espectador y por su imposibilidad de centrarse en un detalle; sin embargo, aventaja al cine por el hecho de ser en vivo (los actores cinematográficos no entran en contacto con el público).

En relación con la música, el cine comparte en gran medida su concepto del tiempo, y por ello se habla también de ritmo, de armonía y de contrapunto cinematográficos, por lo cual no es casual que la música se haya integrado al cine desde el principio como elemento importante de su expresividad.

No hay duda, el cine es un arte (el séptimo, diría el lugar común). Pero también es una industria, y de esa dualidad se derivan muchas complicaciones. Con un lienzo, unos colores y un pincel, el pintor puede trabajar sin problema; un escritor sólo requiere papel y pluma (la publicación ya es otra historia). En cambio, el realizador de cine necesita una infraestructura de millones de pesos para hacer su trabajo. Por ello, es un tanto dudoso el adjetivo comercial para desdeñar una película, pues todo el cine es comercial por formar parte de una industria sujeta a las leyes de la oferta y la demanda. Lo que varía es la intención, pues mientras hay cineastas que sólo filman para ganar dinero, hay otros, por suerte, que lo hacen porque tienen algo qué expresar y saben cómo hacerlo. Pero nadie filma con la intención de perder dinero.

Ahora bien, dicho aspecto industrial, el hecho de que el cine se conciba como un producto, es el responsable de la aburrida homogeneidad que caracteriza a la mayoría de las películas que se hacen actualmente. Por lo general, las compañías productoras ya no se interesan en lo que pueda ser diferente, novedoso y original, pues eso sería arriesgar el resultado en taquilla. En estos tiempos de zozobra económica, más bien lo seguro está en el éxito probado, en repetir la fórmula que ha funcionado hasta que se agote. Así, el cine vive ahora una profunda crisis expresiva e ideológica, porque ya le ha afectado la económica.

Pero no hay que preocuparse. A pesar de dicha crisis y de los cambios que se avecinan con la revolución del video, el cine sobrevivirá porque la gente necesita del cine, así como necesita del soñar (el cine es la fábrica de sueños, dijo el otro lugar común). Por algún tiempo se sobrestimó la fuerza del cine, al pensarse que podía desatar una reacción imitativa en el público; sin embargo, la experiencia ha confirmado que nadie se ha lanzado a hacer una revolución después de ver El acorazado Potiomkin, ni se ha vuelto un asesino después de ver Psicosis. Asimismo, en los años sesenta fue común subrayar la importancia que tenía el cine concientizador frente al cine enajenante. Pero como el cine no podía hablar permanentemente sobre la lucha de clases y se demostraba que la enajenación no era del todo mala, esa moda ideológica también ha caducado.

La riqueza del cine, su magia, le permite ser arte, técnica, mercancía, sueño, concientizador social, placer, enajenación... y más. Como todo arte, nos muestra lo mejor de nosotros mismos. O, como dicen por ahí, "el cine es mejor que la vida".

Texto tomado de:
Cómo acercarse al cine, Leonardo García Tsao, Conaculta/Fondo Editorial de Querétaro/Ed. Limusa, México, 2000

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